domingo, 29 de julio de 2007

NACIMIENTO DE UN CONCEPTO

Es por ello que, a nosotros, como padres y educadores el concepto, “educar para la vida”, nos despierta gran entusiasmo.
Nacido como experiencia piloto en el año 1962 en la Escuela Primaria Logosófica “11 de Agosto” en la ciudad de Montevideo, es hoy un principio que va arraigando en la mente y el corazón de muchos docentes.
En este punto del desarrollo del tema, nos parece oportuna una aclaración. ¿Por qué nos referimos fundamentalmente al niño? ¿Es que en otras etapas de la vida, como la adolescencia, la juventud o la edad adulta no es necesario trabajar para la adquisición de calidades?
Categóricamente decimos que sí. Toda edad es oportuna para esta labor. Pero la experiencia nos indica que cuanto más tierna es la plantita, más fácil es proporcionar un tutor para mantenerla erguida. Si esto se logra en los primeros años de vida, sabemos que, con las alternativas lógicas de las diferentes edades, lo adquirido en la niñez, lo realmente incorporado, se proyecta usualmente en las edades futuras. Por ello es fundamental aprovechar al máximo el tiempo de la niñez, trabajando sobre la psicología del pequeño, ayudándolo a cultivar sus capacidades intelectuales y sensibles, las que, estando en estado de latencia necesitan de los estímulos adecuados para desarrollarse.
Ahora bien; este concepto marca un rumbo diferente en la tarea educativa. Ya no se trata solamente de preocuparnos por los contenidos programáticos que definen la labor en las aulas. La misión del centro educativo, trasciende la mera transmisión de conocimientos. Debe transformarse en un laboratorio donde el niño pueda adquirir, fundamentalmente herramientas para transitar por la vida con acierto y felicidad. Herramientas que lo habiliten a ser un buen observador, un ser reflexivo, capaz de pensar por sí mismo; en definitiva un ser humano que adquiera la capacidad de tomar las riendas de su vida y definir el rumbo que debe darle a la misma.

Pensamos que hasta aquí, todos los que de una manera u otra tenemos algo que ver con la educación, coincidiremos en nuestros puntos de vista. ¿Quién no quiere formar seres responsables, disciplinados, estudiosos, reflexivos, generosos, bondadosos, alegres, etc,etc. La lista puede ser interminable.
Cómo lograrlo
Pero llegamos al punto medular. No se trata solamente de elaborar una larga lista de virtudes para incorporar en la vida del niño. Ello es fácil de enunciar. Lo difícil es definir cómo lograrlo, y como tener la seguridad que se está ante realidades verdaderamente incorporadas a la vida. No se trata por cierto de lograr conductas que el niño ponga de manifiesto cuando está delante nuestro. Deben ser conceptos de tal arraigo, que tenga la capacidad de aplicarlos en todo momento, garantizando con ello que esos mismos conceptos sobrevivirán a las duras pruebas a las que estarán
sometidos en edades futuras y podrá vivir de acuerdo a ellos, aun cuando no

estén bajo la mirada observadora del adulto.
No se trata tampoco de elaborar largos discursos sobre formas apropiadas de conducirnos. La experiencia nos indica que es imprescindible crear un puente de afecto entre el niño y el adulto, que permita mantener un diálogo fluido y abierto. Y es necesario también, acompañar las diferentes alternativas por las que va pasando, corrigiendo con afecto, orientando con la palabra justa, para lograr que el niño “viva” la realidad de una buena actuación y no lo mantenga solo en el campo de la teoría. Es así entonces que el pequeño comienza a comprobar la realidad de la existencia de un mundo dentro de sí mismo. A partir de las situaciones cotidianas, de las vivencias de todos los días, comienza a experimentar la realidad de la fuerza de los pensamientos que tantas veces gobiernan su vida, así como la existencia de una realidad mental y sensible, lugar donde se gestan todos los acontecimientos de su propia vida.

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